Intentar la casa

La obra

Intentar la casa es el primer poemario de Andrea López Montero.

El título de este poemario es definitorio. Intentar la casa. El intento implica una ausencia de la misma. 

La primera parte comienza hablando de esta ausencia, ―a veces ruina, a veces enfermedad―, de ese no tener dónde ―en quién― guarecerse, del dolor descarnado. 

“Hoy hace mucho frío por su ausencia, 
nos hace tanto frío en esta casa
como si se hubiera vuelto transparente,”

“Recogemos la palabra cáncer con la imposibilidad en las manos, 
recogemos el color amarillo y el derrumbe”

En la segunda parte, la casa. Y con ella una esperanza que se abre paso. Y en esta segunda parte aparece el verso que señala: 

«Vamos a ser salvados.”

Intentar la casa encierra esa esperanza de casa, pero intentar no significa necesariamente conseguir. Construir, reconstruir. No es fácil. Hablar de casa es hablar de padre, hablar de madre, hablar de hermana. 

Y mientras tanto qué. Mientras tanto la poesía. La poesía y su misterio. La belleza, las imágenes, el ritmo. Cada verso.  Cada título incluso: 

Tener sábanas es tener una casa si estiras las piernas adecuadamente”. 

Llegaremos temblando al final de la cuarta parte y del poemario. Conmovidos por el dolor y la lucha hechos belleza.

Intentar la casa

Publicado por Piezas Azules. Texto e ilustraciones de Andrea López Montero. Prólogo de Gonzalo Escarpa.

Papá

A papá le han nacido huesos que no existen. En él sí, en el cuerpo de papá han crecido huesos y ahora existen, pero su esqueleto es exclusivo ― todas las estructuras lo son ― . La supervivencia de los seres es precaria. Papá tiene la magia del niño que quiere arreglar lo que está roto y el miedo del anciano que lo pliega, horizontal en llanto y sin salida. Le ha crecido el hueso ― a papá ― queriendo salvar el equilibrio, vértebras con uñas de gato, con garras de tigre, con garras de miedo a la caída. Tigre, gato, serif , sustento. Camada hambrienta. Y yo le aúllo pidiendo lumbre, pidiendo una solución para adaptarme, buena cría, al miedo. Para adaptarme al medio y crecer. Crecen sus huesos, se proyectan para evitar su caída, erráticos, atravesando un intento de equilibrio, nervios, clavándose, espina propia hacia lo interno, dolor de supervivencia, árbol que tuerce el viento en sí mismo. Su esqueleto es un dinosaurio tratando de no morir asfixiado en el calor del meteorito, es un dinosaurio y un ave que no despega, un paracaídas que no abre, paracaídas- dinosaurio-ave con vértigo de salto, un extintor que no ha extinguido fuego alguno y ya es cuerpo caducado. Su esqueleto. Y pese a ello, sucede, errático y diferente en su estructura que tuerce su columna hacia el exceso.

Diáspora de la matriz

Como se viste el torero antes de llegar a muerte

así suena tu nombre, 

colgando de un clavo en la pared que huele a lluvia; 

con la misma prisa con que recogemos las ventanas 

y las llevamos lejos de la vista para no poder abrirlas, 

con ese mismo viento que no sucede

en este espacio estanco 

agarramos con fuerza los zapatos para que no nos roben el

[camino

con la soberbia con que los recién despiertos llegan al

[encuentro,

sentarse a la mesa después del día triste, 

deber seguir comiendo:

así sabe tu ausencia 

llena de golpes.

Ellos

La palabra que contiene el diccionario es arroz y yo río con las manos llenas de sábados. Me ha dicho el camarero que los gitanos lo dejan todo muy sucio, acuden a visitar las cárceles en domingo, se trasladan con sus bocadillos de colores primarios y la furgoneta llena de normalidad porque han nacido en las cárceles y llevan enfrentando las verdades entre traslados desde antes de inventar el viaje, desde antes de traer la siembra. Yo los miro asombrada porque tienen ese corazón hecho de ramas donde nacen y llueven familias enteras y lo desmontan todo con la felicidad de la costumbre bien hecha, con la facilidad de desenvolverse en un mundo lleno de polvo y hacer sonar el pecho tres veces por encima de mi oído, y mi oído lo oye prácticamente todo y clava sus llantos en mi memoria y lloro ya avergonzada de mi estruendo de principiante y siento que qué derecho tengo a llorar si mi familia me cabe en la palma de una mano y entonces entiendo que la mano se fractura constantemente y me crecen hijos de confianza que luego me traicionan y vuelvo a no entender nada. Que manchan mucho y lo ensucian todo y luego nada se beben, pasan como un torbellino de ruedas desdentadas, trafican antes de entrar para ver al último que pasa allí sus noches y cómo lloran, que lo oigo todavía y pongo un río de trenes sonando al mismo tiempo, pero cómo lloran, enteros. Se desnudan y tienen todos una sonrisa desencajada. Se ríen y se lloran al mismo tiempo y yo me siento y los cuento pero siempre aparece uno nuevo tras la esquina y ni contabilizarlos puedo y ellas son tan grandes y tan pequeñas y llevan el extranjero reducido en sus pendientes y andan con paso lento y a mí se me crece el susto.

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